jueves, 16 de octubre de 2025

Diario Taurino. Capítulo 01: Primer título, primer ídolo

El verano de 1991 fue distinto.
A las tardes de pichangas en la calle, con champas de pasto como límites de arco, a los tiros que me pateaban mis amigos en el patio de mi casa y a las fichas en los flipper de la calle Lynch, se sumaban las vueltas en bicicleta desde la Kolbe hasta el Parque IV Centenario. Pero ese año había algo más: una visita ilustre en el barrio.

Todos estábamos revolucionados porque el arquero de Provincial Osorno, Gerard Reiher, estaba arreglando su auto en el taller de la otra cuadra. Varias veces a la semana se dejaba ver por ahí. Reiher había sido seleccionado chileno juvenil en el Mundial de 1987 y, a pesar de su juventud, ya se ganaba la titularidad en los Toros, donde compartía el arco con Guillermo Valle.

Provincial Osorno, dirigido por Guillermo Yávar, venía de una gran temporada 1989, la mejor de su historia. Habían llegado a cuartos de final de la Copa Digeder (hoy Copa Chile) y obtenido el tercer puesto en el grupo sur por el campeonato de la Segunda Divisón, donde competía la Universidad de Chile. Estuvimos a un solo paso de jugar la liguilla por el ascenso.

Para enero de 1991, cuando se definía la Segunda División de 1990, los Toros empezaban el año con grandes posibilidades de mejorar la campaña anterior. Con solo empatar el primer domingo del mes, aseguraban el primer lugar del grupo sur y el ascenso directo a Primera División. El trabajo más difícil ya estaba hecho: semanas antes habían derrotado a Rangers de Talca, su rival más duro.

El partido decisivo terminó 0-0 en San Fernando, ante Colchagua. La fiesta fue total. El lunes siguiente, en la plaza, todo Osorno estaba celebrando. Por fin jugaríamos en Primera.

El “gringo” Reiher tenía aún más motivos para ser acosado por este grupo de cabros chicos ociosos. Siempre le hablábamos, le hacíamos preguntas tontas o le pedíamos autógrafos. En mi caso, el papel firmado se fue volando por la ventana del auto en un viaje a Puerto Montt. Mi primo encontró “súper gracioso” lanzarlo por la carretera. Yo disimulé mi pena y rabia como pude. 

El paso siguiente de los Toros era ir por el título de campeón de Segunda División, para lo cual debían vencer a Coquimbo Unido, el campeón del grupo norte, en una final ida y vuelta.

Mi cumpleaños era justo al día siguiente del partido de ida, así que hice mis tarjetas de invitación. La primera fue para Reiher, y las siguientes para varios jugadores de los Toros. Por supuesto incluí a Caupolicán Escobar, el goleador, a quien soñaba taparle un penal con los guantes de construcción que le tomaba prestados a mi papá para jugar en el arco improvisado del patio.

El partido lo seguí por radio. Ese empate 0-0 en Coquimbo fue, para un hincha osornino, como los empates heroicos de Chile ante la URSS en 1973 o de Colo-Colo frente a Olimpia en la Libertadores del 91: empates que valen campeonatos, que te llenan de fe para la vuelta. 
Con tu gente no podís perder si ya aguantaste estoicamente el cero en tu arco.

Lamentablemente, el largo viaje de regreso desde la cuarta región impidió que mi ídolo viniera a mi cumpleaños, así que me conformé con un día normal, atajando tiros de mis primos y vecinos, soñando con el partido del sábado.

El partido de vuelta se acercaba. Reiher volvió al taller y se apareció en el barrio, le llevé un trozo de torta que había sobrado de mi cumpleaños. Mientras comía, se excusó por no haber podido ir: el viaje había sido muy largo. Lo perdoné al tiro, cómo no hacerlo. Ese sábado había que sumar la primera estrella, y no era tiempo de reclamos sentimentales.

Coquimbo, dirigido por el “Negro” Sulantay —el mismo que después ganaría títulos con Cobreloa y haría historia con las Sub-20 del 2005 y 2007—, llegaba con sed de revancha. 
El partido fue tenso. El apoyo de la hinchada taurina no bastaba para romper el cero. Pero esa temporada Caupolicán Escobar era un depredador del gol. 
Y apareció en el minuto 90. 
Como en una película, dejó el clímax para el final. 
Gol. Locura total en el estadio y en una ciudad entera.

Los Toros, en su octava temporada, por fin tenían su primera estrella, estampada en banderines, banderas, escudos… y en los corazones de los hinchas de todas las edades.

Gerard Reiher jugó luego en la primera campaña de Osorno en la división de honor, y después emigró para no volver, al menos como jugador. 
Mi primer ídolo ya no seguiría en el equipo, pero ese verano distinto ayudó a formar a este hincha fanático del club de su ciudad.

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